viernes, 26 de octubre de 2007

"GUERRA CON CHILE"





La guerra con Chile abarcó de 1879 a 1883, las causas de esta guerra se encuentran en la grave crisis financiera por la que atravesaba Chile por lo que quiso apoderarse de las ricas Salitreras de Atacama (de Bolivia) y de Tarapacá (del Perú). Surgido de más antes el conflicto entre Chile y Bolivia, el primero apeló al pretexto del impuesto de los 10 centavos del quintal de salitre exportado, que Bolivia había creado para agravar a la Compañía Anónima de Salitre y Ferrocarril de Antofagasta, constituida por capitalistas chilenos y que Chilenos sostenía que era ilegal porque según anterior tratado firmado entre ambos países, la exportación de salitre debía estar libre de todo gravamen. Y sin mediar mayor explicación ocupó territorio boliviano.
Mariano Ignacio Prado que gobernaba el Perú, decidió enviar al diplomático peruano Don José Antonio Lavalle, en calidad de mediador, pero Chile, deseoso de envolver a nuestro país en la contienda alegando la existencia de una alianza secreta entre Perú y Bolivia, declaró la guerra al Perú el 5 de abril de 1879, en circunstancias de que nuestro país no se encontraba preparado para ello.
El desarrollo del conflicto presenta 3 fases: la Campaña Marítima, la Campaña Terrestre del sur y La Campaña de Lima, con la resistencia, hasta el tratado de Ancón.

La campaña marítima debía definir el dominio del Pacífico, necesario para conducir fuerzas al teatro de la guerra, ya que ni Chile ni el Perú, disponía de caminos o ferrocarriles. Esta era la razón por la cual, Chile, de tiempos atrás, había cuidado de conformar convenientemente su escuadra. Esta campaña registró los siguientes principales combates: El de Iquique, el 21 de mayo de 1879, en le que nuestro monitor "Huáscar" hundió a la cañonera chilena "Esmeralda", mientras nuestra Fragata "Independencia", al perseguir a la "Covadonga", encalló en Punta Gruesa perdiendo así el Perú la mejor unidad de nuestra escuadra; el Combate de Angamos, el 8 de octubre del mismo año, en que el monitor "Huáscar", después de admirables hazañas, fue cercada por la naves enemigas y capturada cuando el abordaje consiguió cerrar sus válvulas que habían sido abiertas por los defensores para que no cayera en manos del enemigo. El comandante del monito, don Miguel Grau, llamado "El Caballero de los Mares", murió heroicamente en la acción, acompañándole muchos en el paso a la inmortalidad, la pérdida de nuestro Huáscar dio a Chile el dominio del mar.

La Campaña Terrestre del Sur, comprendió: La de Tarapacá y la de Tacna y Arica. La de Tarapacá registra las siguientes acciones, la captura de Pisagua, defendida por el teniente coronel Isaac Recabarren (2 de noviembre de 1879); la batalla de San Francisco (18 de noviembre), adversa al Perú; y la batalla de Tarapacá (27 de noviembre), en la que nuestras fuerzas sin embargo de estar cansadas derrotaron a los chilenos.
Mientras se realizaban estos acontecimientos, se habían operado cambios políticos en el Perú y Bolivia. El presidente Prado, como dijimos anteriormente emprendió viaje al extranjero, dejando el poder al anciano general La Puerta, quien fue puesto el 21 de diciembre por don Nicolás de Piérola que asumió la dictadura en horas graves para la patria. En Bolivia, como el presidente Hilarión Daza, ganado por la diplomacia chilena, se volvió traidor de a quebrada de Camarones, dejando de auxiliar al ejército de Tarapacá, un comicio popular destituyó a Daza y poco tiempo después un nuevo motín llevaba a la presidencia al general Narciso Campero.

La Campaña de Tacna comprendió: la batalla de Alto de la Alianza (26 de mayo de 1880) con la intervención de las fuerzas bolivianas al mando de Campero y que fue adverso a los aliados; y la de Arica: (7 de junio del mismo año) en que todos sus defensores cumplieron más que su deber, siguiendo el heroico ejemplo del anciano coronel, don Francisco Bolognesi.

La campaña sobre Lima de inició con el desembarco del ejército chileno en Pisco y Chilca entre noviembre y diciembre de 1880, culminó esta campaña con las acciones de San Juan (13 de enero de 1881) y de Miraflores (15 de enero), adversas al Perú y que determinaron la ocupación de la capital por los chilenos.
Cáceres organizó la resistencia en el centro y tras heroicas marchas obtuvo sobre el enemigo las siguientes victorias de Pucará (5 de julio de 1882), Marcavalle y Concepción (9 de julio); mientras Iglesias en el norte había obtenido el triunfo de San Pablo (13 de julio).
Conducido preso a Chile el presidente provisorio, Dr. Francisco García Calderón, designado por una asamblea de notables, reunida en Lima, por no aceptar condiciones de paz, concesión territorial considerando que una victoria sobre Chile era casi imposible; y ante el fracaso de las negociaciones de paz con la intervención de Los Estado Unidos del anterior, Iglesias dirigió una proclama a la nación, desde la hacienda Montan, instando al país a negociar la paz con Chile, por nuestros propios medios, así convocó una asamblea legislativa que le nombre presidente regenerador y la autorizó hacer la paz con Chile.
Los chilenos, al constatar la sinceridad de Iglesias, decidieron negociar la paz con el. Pero como estas podrían ser entorpecidas por Cáceres o su actitud de resistencia podría determinar que los peruanos no aceptaran condiciones severas, decidieron eliminar al héroe de la Breña, logrando derrotarlo en la batalla de Huamachuco, el 10 de julio de 1883, habiendo sido el mártir de esta acción, el coronel Leoncio Prado.
El tratado que puso fin a la guerra fue el de Ancón, firmado el 20 de octubre de 1883, por el cual el Perú cedía a Chile definitivamente la provincia litoral de Tarapacá y este último quedaría en posesión de Tacna y Arica, hasta por 10 años, al cabo de los cuales, se llevaría a cabo plebiscito o consulta popular, para saber si esta provincias se incorporaba al Perú o continuaban en poder de Chile. El país favorecido daría al otro, 10 millones de pesos.

Las consecuencias de la guerra fueron: La perdida total de nuestra riqueza salitrera y parte del guano; depresión completa de nuestras industrias y comercio; destrucción de las haciendas azucareras de la Costa desaparición de nuestra moneda, y de muchas fortunas privadas; la ruina de nuestro crédito exterior y el hecho de tener fronteras con Chile.

2. La Guerra Con Chile

El clima previo a la guerra:
Seria ingenuo reducir la causa de la guerra a una ineficaz negociación en los días anteriores al estallido del conflicto.
El Perú llegó carente de preparación al reto de 1879. La república no había logrado (a pesar de los numerosos textos constitucionales que lo intentaron) organizarse debidamente, ni había frenado el desbocado militarismo que padeció. No había sabido administrar su pobreza inicial, ni la inmensa riqueza que le llegaría desde la tercera década de vida independiente (guano y salitre). No supo dar los pasos indispensables para integrar a la población andina a la nación, ni llevo adelante una eficaz política inmigratoria. Despilfarró una enorme riqueza, lo que originó una falsa sensación de prosperidad que debilitó las energías nacionales para administrarla con cautela y, por otra parte, despertó la ambición de nuestro vecino meridional.. No había sabido manejar el endeudamiento nacional con precaución, invirtiendo en obras productivas. Esos ingresos fueron derrochados hasta la irresponsabilidad, mientras se sobredimensionaba la capacidad de endeudamiento del país hasta la exageración.
La imprevisión había sido la causa de muchos de aquellos males, pero ésta merece ser explicada. Lo imprevisto puede ser tan súbito o repentino que realmente nadie puede figurárselo. No es ése el caso de los sucesos anteriores a la guerra del 79, que fueron previstos por algunos o por muchos.

Los previsibles imprevistos:
Para el desastre económico en el que llegamos al 79 bastaría señalar, aunque hay testimonios anteriores, las expresiones de Manuel Pardo en La Revista de Lima, el año 1860, diecinueve años antes del conflicto, en que reclamaba la urgente inversión de los ingresos del guano para evitar lo que él llamaba "el cataclismo que indudablemente tiene que sobrevenir algún día y que está quizá muy lejos". Ello ocurría, según Pardo, cuando se acabara el guano, lo que consideraba "como la extinción de la renta del Perú, como la bancarrota fiscal de nuestro país". Para evitar el "cataclismo" y la "bancarrota", él urgía a utilizar los ingresos del guano, como no se había hecho con anterioridad, "en caminos que unieran nuestros departamentos o en riego para nuestro suelo feracísimo.
No se podría decir, entonces, que la quiebra económica del país, cuya manifestación externa más visible fue la declaratoria de su moratoria del primero de enero de 1876, no se había previsto con claridad. Bastaría recordar que, al margen de escasos y a veces superfluos trechos ferroviarios (como es el caso de la vía Lima – Chorrillos), nada de gran progreso se había hecho al respecto. Se emprendió la construcción de la vía que sería Lima – La Oroya, verdadera columna vertebral del país, cuando ya los recursos se habían derrochado y hubo que recurrir a gravosos préstamos externos.

El Expansionismo Chileno:
Los anuncios del expansionismo chileno hacia el Perú fueron motivo de numerosos y reiterados artículos en diversos periódicos limeños con El Comercio, La Patria, La Sociedad, La Nación y El Nacional, gran parte de ellos a lo largo del segundo semestre de 1872. Sin embargo, quienes dirigían el país no los tomaron en cuenta. Así, El Comercio, a partir del conocimiento que se tenía de que Chile "negociaba" territorios meridionales del Perú, publicó el 5 de noviembre de 1872 lo siguiente: "... y como dijimos antes que la absorción del departamento de Moquegua sería no menos imposible y temeraria que la aniquilación de la nacionalidad boliviana". En ese entonces, el departamento de Moquegua abarcaba hasta el extremo del Perú: comprendía el departamento de Tacna, creado como tal en 1875, y Tarapacá, convertida en departamento por una ley del mismo año que nunca fue promulgada.
Entonces, Chile ofrecía el sur del Perú a Bolivia, a condición de que Bolivia le entregara su propio litoral. Esto queda evidenciado por lo que publicaba La Patria el 13 de octubre de 1872. "Chile parece desconocer la conformación geográfica de Bolivia, cuando le aconseja ambicionar el puerto de Arica, cediéndole sus propios puertos en Atacama. Error crasísimo es creer que el norte y el sur de Bolivia pueden importa y exportar por lo mismos puertos. Arica surte a los departamentos septentrionales de La Paz, Oruro y Cochabamba; y Cobija a los meridionales de Sucre, Potosí y Tarija". Cotejando la proximidad de estos artículos y sus fechas puede entenderse por qué se firmó la Alianza de febrero de 1873.

El pretexto para la guerra:

Desde 1866, Chile había logrado encandilar al presidente boliviano Mariano Melgarejo, quien desaprensivamente hizo concesiones perjudiciales a la integridad territorial altiplánica. Caído el dictador Melgarejo, en 1871, Bolivia intentó rectificar el acuerdo, pero lo único que logró fue consagra la situación que suponía el tratado de 1866, que fijaba la línea del paralelo 24° S. como límite entre ambos países y ponía fin a la repartición "por mitad de los productos..." que se exportaban entre los grados 23 y 25 que acordaba este tratado. En contraparte, por aquella "renuncia" que hacía Chile a tal mancomunidad, el nuevo tratado de agosto de 1874 señalaba: "Los derechos de exportación que se impongan sobre los minerales explotados en la zona de terreno de que hablan los artículos precedentes no excederán la cuota de la que actualmente se cobra; y las personas, industrias y capitales chilenos no quedarán sujetos a más contribuciones de cualquier clase que sean, que a las que al presente existen. La estipulación contenida en este artículo durará por el término de veinticinco años".

Sin embargo, en febrero de 1878, el presidente boliviano Hilarión Daza ordenó la creación de un impuesto de 10 centavos por quintal de salitre exportado. Tal situación hizo que la compañía salitrera chilena acudiera ante su gobierno para que protestara. La solicitud fue rápidamente atendida, la que se explica también por el hecho de que prominentes miembros del gobierno chileno eran accionistas de esas empresas.
El reclamo chileno fue admitido inicialmente por Bolivia, que suprimió el tributo. Sin embargo, a fines del mismo año el gobierno boliviano ordenó que la compañía abonara el pago respectivo, que, desde la creación del tributo, ascendía a noventa mil pesos. Ante reclamos de la compañía chilena, el gobierno boliviano declaró que, de no hacerse el pago, reivindicaría la propiedad sobre las salitreras.
El 14 de febrero de 1879, el gobierno chileno respondió con el desembarco de tropas en Antofagasta. La guerra se había iniciado, aunque Chile no la había declarado oficialmente.

Dispuesto a evitar la guerra, el gobierno peruano dispuso el envío del diplomático José Antonio de Lavalle a fin de ofrecer la mediación del Perú en la contiendo boliviano-chilena. La presencia de Lavalle en Chile, desde su desembarco en Valparaíso, se vio teñida por actos hostiles pro el conocimiento que tenía Chile, desde casi los mismas días de su firma, del Tratado de alianza defensiva peruano-boliviano de 1873.

El Perú había aceptado la solicitud boliviana de dicha alianza al tomar conocimiento de las adquisiciones bélicas que iba realizando Chile y sus evidentes avances territoriales hacia el norte, a fines de 1872.
El tratado había sido firmado el 6 de febrero de 1873 y era de carácter defensivo y no compulsivo, pues cada parte se reservaba el derecho de calificar los actos que podrían llevar a hacer efectiva la alianza. Una cláusula añadida le daba el carácter de secreto.
Chile, que por muchos años se había preparado para apoderarse del litoral boliviano y peruano, encontró en la negativa de Lavalle a declararse neutral el pretexto que necesitaba. La mediación peruana fue rechazada y se conminó a Lavalle a abandonar el territorio chileno, cuando ese país ya se disponía a declarar la guerra al Perú.

La Campaña Marítima:
El 5 de abril de 1879, el gobierno chileno anunció por bando la declaratoria de guerra al Perú.
La guerra debía tener como primer escenario el mar. Por eso, ni el ejército chileno intentó desplazarse hacia el norte (Tarapacá o Tacna) no el ejército peruano lo intentó hacia el sur.
El ejército y la marina peruanos se hallaban casi en estado de postración, como lo constataría José Antonio de Lavalle al regreso de su frustrada misión en Chile.

Protocolo de subsidios Peruano-Boliviano:
A mediados de febrero de 1879, llegó a Lima don Serapio Reyes Ortiz, enviado del gobierno de Bolivia en misión extraordinaria y confidencial. Reyes trajo el encargo de hacer presente al Perú el compromiso contraído en el tratado de 1873. El Perú esperaría la declaratoria formal de guerra de Chile para dar a conocer el tratado defensivo y para declarar la guerra a ese país.
Era obvio que le costo de la guerra no podría ser asumido por Bolivia, que atravesaba desde hacía algunos años una grave crisis económica en todos sus sectores. Tal situación llevó a la firma de un acuerdo que, por el Perú, suscribió el ministro Manuel Irigoyen. El acuerdo obligaba al aliado a indemnizar al Perú por los gastos que la guerra ocasionara. El primer
protocolo, del 15 de abril, por lo costoso para Bolivia, fue modificado el 7 de mayo y, posteriormente, el 17 de junio (entonces, Reyes Ortiz ya había sido reemplazado por Zolio Flores). Allí se estipulaba que Bolivia abonaría la mitad de los gastos de la guerra y que los elementos bélicos que el Perú poseía al 5 de abril no serían cargados al aliado en caso de perderse, pero sí los que fueran adquiridos por el Perú a partir de esa fecha..

Se había corregido un acuerdo que nació de una base falsa: Bolivia, atacada por Chile y defendida por el Perú, debería asumir el pago de la guerra en casi su totalidad. Las correcciones a tal acuerdo inicial implicada por Chile a Bolivia era, finalmente una declaratoria de guerra al Perú. Bolivia constituía tan sólo un obstáculo en ese camino, bien usado como pretexto. El enemigo era el Perú y la mayor riqueza ambicionada era la peruana. El tiempo así lo confirmaría.

La Guerra en el Mar:
La superioridad militar chilena se hizo evidente desde el inicio de la guerra, aunque la historiografía chilena haya pretendido negarla.
El cuadro comparativo de las fuerzas navales de uno y otro país exhibe la ventaja de Chile. Sus naves eran más numerosas y más modernas; sus blindados, por ejemplo, tenían diez años menos de antigüedad. Entre unos y otros, la guerra de secesión norteamericana y la guerra de Crimea suscitaron avances en la arquitectura naval. En pocos años, el Huáscar y la Independencia, que en su momento fueron buques de primera, quedaron separados. Se podría graficar lo que afirmamos comparando las cuatro pulgadas y media de blindaje de las naves peruanas con las nave pulgadas del Cochrane y del Blanco Encalada. Por lo demás, estos últimos poseían doble hélice, que les permitía mayor capacidad de maniobra. Su artillería aventajaba a la nuestra en número y en adelantos técnicos. La superioridad chilena se deducía, empero, a las distancias tecnológicas. En el orden humano, debido a la calidad marinera de la oficialidad, la ventaja concluyente era para el Perú. El trajín de la guerra así lo demostró.

Aún conociendo la superioridad en el mar, los chilenos no dieron el primer paso: las naves se mantuvieron inactivas las cinco primeras semanas. El alto mando chileno no resolvía si limitarse a esperar la iniciativa peruana o, como su poderío lo permitía, avanzar y bloquear el Callao.
Sólo el 16 y el 17 de mayo el Cochrane y el Blanco Encalada, en convoy con el Chacabuco, el O’Higgins, el Abtao, el Matías Cousiño y el Magallanes salían desde Iquique rumbo al norte. Las precauciones fueron grandes para evitar que se conociera el hecho y para ello optaron por navegar distantes de la línea de la costa. De esa manera , el factor sorpresa, se pensaba, produciría el éxito completo en el primer encuentro de las escuadras.
Williams Rebolledo, comandante de la escuadra chilena, se proponía, no bloquear el puerto donde imaginaba se hallaba la escuadra peruana, sino hundirla en su totalidad en un primer encuentro. El Abtao, convertido en una suerte de brulote, lanzado contra las otras naves chilenas, en especial los blindados, hundirían el resto de la escuadra defensora del primer puerto peruano.
El plan preparado por Rebolledo partía de un supuesto: la escuadra peruana, menos numerosa, de menor blindaje y escaso poder de fuego, no debía haber salido de la bahía chalaca.
La sorpresa de Rebolledo fue mayúscula. Por algunos pescadores tomados en las islas Hormigas, supo de las naves peruanas habían salido rumbo al sur hacía cinco días. Su desilusión creció al comprender que las dos débiles naves que había dejado protegiendo Iquique podrían ser atacadas por las superiores naves peruanas.

Iquique: 21 de mayo
La escuadra peruana abandonó la rada del Callao rumbo al sur el 16 de mayo. El convoy debió desprenderse pronto de los monitores Atahualpa y Manco Cápac, cuyo lentísimo andar hacía retardar la marcha.
Las naves que iban al sur eran el Oroya, que con andar rápido llevaba al presidente de la república y su Estado Mayor, la Independencia, el Huáscar, el Chalaco y el Lima. Se llevaban soldados, artillería, municiones y pertrechos en general para las tropas que acantonarían al sur.

En Mollendo, el 19 de mayo, el presidente Prado supo que había naves chilenas bloqueando Iquique. Al día siguiente, las tropas desembarcaron en Arica, cuando ya se había diseñado el plan de acción que seguirían.Al amanecer del 21 de mayo, Iquique vio arribar al Huáscar, comandado por Miguel Grau, y la Independencia, al mando de Juan Guillermo More.. Las naves de resguardo eran la Covadonga y la Esmeralda 1854. Ambas de madera, de andar lento, hacían presagiar que, ante las peruanas, de mayor velocidad y blindadas, serían presa fácil.

La superioridad de las naves peruanas hizo tomar una posición defensiva a las chilenas. A poco de iniciado el combate, la Covadonga emprendió una veloz huida hacia el sur, muy pegada a la costa. Fue entonces que el comandante Grau ordenó a More perseguir la goleta.
Dejando a la Independencia en persecución de la Covadonga, el Huáscar se hizo cargo de la Esmeralda, aunque sin acercarse demasiado, por creerla, según informes recibidos, protegida por torpedos fijos o minas marítimas. El comandante Grau maniobró para hacer salir a la nave de su ventajosa posición, prescindiendo de la artillería, por el temor de causar daños en la ciudad. Luego decidió hacer uso del espolón y ordenó embestir hasta en tres oportunidades a la corbeta, defendida con honor por su comandante, Arturo Prat. Al fin consiguió hundirla, luego de tres horas y cincuenta minutos de combate.

Las acciones de Iquique, el 21 de mayo de 1879, mostraron, evidentemente, la falta de preparación con que el Perú llegó al conflicto.
En las primeras juntas de marinos, en los días inmediatos a la guerra, Grau propuso demorar la expedición al sur, ya que las tripulaciones requerían de ejercicios de artillería y maniobras. En la práctica, nuestras naves carecían de artillería. More afirmó que toda su tripulación era nueva.
La falta de preparación consta en el largo tiempo en que se recurrió a la artillería sin resultados, lo que llevó al recurso del espolón ante naves inferiores: viejos buques de madera, casi inútiles, con máquinas en tan mal estado que, al no poder rendir más de seis millas, no pudieron acompañar a las demás naves chilenas que debían asaltar el Callao y hundir la escuadra peruana.

De Iquique a Angamos:
La pérdida de la Independencia, la nave más poderosa del Perú, terminó por consagrar la ventaja chilena en le escenario marino. A partir de ese momento, los chilenos imaginaron un fácil triunfo en el mar. Sin embargo, por algún tiempo, siguió la lucha por el mar y, así, Antofagasta, Itata, Patillos, Iquique, Ilo, Arica, Pisagua, Huanillos y Mollendo continuaron siendo escenarios de la presencia del Huáscar, muchas veces acompañado por la unión.
Las disminuidas condiciones marineras del Huáscar, que necesitaba mantenimiento, hicieron que el comandante Grau lo internara en el Callao el 7 de junio. Hechas las reparaciones más urgentes, un mes mas tarde, el 6 de julio, salía a navegar nuevamente rumbo a Arica con escala en Mollendo. Mientras el Huáscar era reparado en el Callao, se mantuvo la inmovilidad del poder naval chileno. En ese lapso, la Unión, aprovechando su rápido desplazamiento, realizó audaces incursiones hasta Tocopilla.

Angamos:
Chile, ya capturado el Rímac y renovado sus mandos, se concentró en la toma del Huáscar. El nuevo ministro de guerra, Rafael Sotomayor, distribuyó las naves de la escuadra chilena, que hasta entonces marchaban en convoy, en dos divisiones: la primera la constituían el Cochrane, el O’Higgins y el Loa; la segunda el Blanco Encalada, la Matías Cousiño y la Covadonga.
Las naves chilenas recibieron los mejores cuidados. Los transportes fueron armados con la artillería recién llegada de Europa. El Cochrane recibió reparaciones que le hicieran recuperar su andar original. El O´Higgins y el Chacabuco, con caderas nuevas y fondos limpios, aumentaron su capacidad bélica.
Puestas las naves en las mejores condiciones, Galvarino Riveros, nombrado comandante de la escuadra chilena, se dispuso a llevar adelante la estrategia que debía acabar con la presencia del Huáscar en el Pacífico.
La treta dispuesta para obligar al Huáscar al combate se basó en el hecho observado reiteradamente por los marinos chilenos, de que cuando el Huáscar venía desde el sur, al encontrarse son naves enemigas, emprendía marchas al oeste para luego
enrumbar nuevamente al norte, escapando gracias a su velocidad y ala destreza marinera de su comandante Miguel Grau.

Reunidas las naves, la estrategia prevista se puso en ejecución. Riveros supo el 4 de octubre, en Arica, que las naves peruanas Huáscar y Unión se hallaban al sur. Ordenó al capitán de fragata Juan José Latorre, comandante del Cochrane, que, al frente de su división, se dirigiera a Mejillones. El resto de las naves, que navegaba mar adentro y a unas veinte millas, partiría posteriormente.
El 8 de octubre de 1879 a las tres y media de la madrugada el Huáscar y la Unión, que llegaban de Antofagasta, divisaron tres humos, constancia indudable de la presencia de naves enemigas. Grau actuó como otras veces, ya que no había otra posibilidad, y enrumbó al oeste para continuar luego al norte. A las 7:15 a.m. se pudieron distinguir hacia el norte, cerrándoles el paso, otros tres humos. Eran el Cochrane, O´Higgins y la Loa.

En la convicción de que eludir el combate ante fuerzas tan superiores era imposible, el comandante Grau se dispuso a cumplir con su deber. Ordenó al comandante de la Unión huir, lo que permitió la salvación de aquella nave.
A los veinte minutos de iniciada la acción, una granada lanzada desde el Cochrane "chocó en la torre del comandante, le
perforó y estallando dentro hizo volar al contralmirante Señor Grau, que tenía el mando del buque, y dejó moribundo al teniente primero don Diego Ferré, que le servía de ayudante", según consta en el parte del combate firmado en San Bernardo, el 16 de octubre, por Manuel Melitón Carbajal. Se continuó el combate con singular coraje de parte de los defensores del monitor Huáscar, cuyo blindaje, que llevaba tan valiosa carga, no tenía, sin embargo, resistencia ante las poderosas baterías de las naves chilenas.
El combate fue tenaz y sostenido, y se sucedieron en el comando de las naves peruanas los oficiales Aguirre y Rodrigues, hasta que, no quedando nada por hacer, el último comandante del Huáscar, el teniente primero Pedro Gárezon, ordenó abrir las válvulas para hundir el buque. La nave, ya incapacitada para la defensa, sufrió el abordaje del enemigo.

La Campaña Terrestre
Cuando Prado desembarcó en Arica encontró ya a las tropas bolivianas. Se inició entonces u largo periodo de maniobras destinadas a la preparación de las fuerzas de tierra.
Entre el 11 y el 15 de noviembre, Daza avanzó hacia Tarapacá con parte de sus tropas andinas, y luego regresó de la quebrada de Camarones rumbo a Arica a través del desierto. Para entonces el ejército chileno ya había emprendido la primera acción sobre territorio peruano: el asalto de Pisagua. Las filas invasoras estaban conformadas por unos 10 mil hombres protegidos por naves de guerra al mando de Erasmo Escala.
Los mil doscientos defensores de Pisagua, mayoritariamente bolivianos, lucharon por más de siete horas, pero lo improvisado de la resistencia, el humo de los quintales de salitre que se incendiaron y la superioridad numérica de los asaltantes facilitaron la acción de éstos.

Los defensores, peruanos, se retiraron hacia San Francisco en desorden y sin haber destruido la línea del ferrocarril y las locomotoras, que facilitaron el desplazamiento del enemigo. Parte de las tropas bolivianas se internaron en la serranía rumbo a su patria. Ya en San Francisco, las fuerzas, entonces fundamentalmente peruanas, recibieron la sombría noticia de la retirada de Daza, tres días antes.

En esas condiciones, con un ejército con la moral quebrantada, se libró la batalla de San Francisco el 19 de noviembre de 1879. El coraje y la valentía mostrados por muchos jefes y soldados no podrían compensar la ventaja manifiesta de los atacantes: mejor artillería, municiones, fusiles, calzado, alimentación y uniformes. La retirada del ejército mostró sus clamorosas carencias de caballería y artillería. Ni siquiera contaban con una brújula para orientarse en aquel desierto. Loa guías improvisados erraron el rumbo. La prevista retirada a Arica hacia el norte se convirtió en una insólita marcha hacia el sur, precisamente donde no se contaba con ningún apoyo y era segura la presencia chilena.

Tarapacá:
El 22 de noviembre el "ejército del sur" llegó a Tarapacá. Su situación se vio más comprometida cuando se conoció la noticia de que la guarnición de Iquique había abandonado el puerto.
Tarapacá conjuga el nombre de la significativa victoria peruana en la compaña del sur y la derrota en la guerra en su totalidad. Provincia ambicionada por el enemigo, el país debió entregarla años más tarde como condición impuesta por el enemigo para firmar la paz.
El 27 de noviembre los peruanos acantonados en Tarapacá tomaron conocimiento, gracias a un humilde arriero, de que tropas chilenas se acercaban. Belisario Suárez, jefe de Estado Mayor, tomó la iniciativa: atacó y derrotó, cuando todo hacía prever lo contrario, al muy bien apertrechado, aunque inferior en número, ejército enemigo.
Sin embargo, a pesar de la victoria se tuvo que abandonar aquel teritoria, pues se conocía la aproximación de las tropas enemigas desembarcadas en Iquique y de otros refuerzos que se sumarían a las derrotadas tropas chilenas. Por otro lado, la ausencia de caballería peruana hizo posible que los vencidos se reconstruyan con facilidad.

Así, en retiro de los peruanos se emprendió en precarias condiciones y, al ingresar a Arica, donde se ignoraba el heroísmo de esos hombres en Tarapacá, el contralmirante Montero procedió a enjuiciar al general Buendía y al coronel Suárez, que fueron hechos prisioneros.

El Viaje de Prado:
Prado había abandonado el Perú y había dejado en el poder, una vez más, al enfermizo y reblandecido general La Puerta. Para ausentarse del país, hizo uso de la autorización legislativa de medio año antes, que apuntaba a que, en caso de que la guerra fuera feliz, avanzaría boliviano y, eventualmente, hacia territorio enemigo.
La razón del viaje esgrimida por el presidente se fundamentó en la necesidad de su presencia en Europa con el fin de adquirir las naves indispensables para una guerra que, según juzgaba, se prolongaría por mucho tiempo. Acertado o no, el juicio de la historia se ha inclinado por censurar acremente la actitud del presidente Mariano Ignacio Prado.

Piérola al Poder:
El descontento nacional se hizo mayor ante el desconcierto que suscitó el viaje presidencial. Las manifestaciones populares mostraron una entusiasta adhesión a Nicolás de Piérola. No se entendía que, habiendo La Puerta sido incapaz de reemplazar al presidente durante su ausencia en Lima, se le dejase en el poder, dueño de una mayor responsabilidad. Ausente Prado del país, el absurdo era mayor. Piérola asumió entonces el poder. No necesitó arrebatarlo, pues era claro que el país, en plena guerra, extrañamente, había quedado en manos de nadie.
El descontento popular y el apoyo de la guarnición de Lima encumbraron a Nicolás de Piérola en momentos de gravísima dificultad nacional. El 23 de diciembre de 1879 decretó la dictadura y asumió la plenitud del poder.
Hechos semejantes ocurrían en Bolivia. Se acusaba a Daza de haber ordenado la retirada de las tropas bolivianas desde Camarones y de la derrota de San Francisco. Hubo pronunciamientos en Tacna y La Paz que desconocieron su autoridad. El general Narciso Campero fue ungido presidente.

Campañas de Tacna y Arica:
Ocupada Tarapacá, el Estado Mayor chileno dudó sobre si debía arribar a Lima o tomar Tacna y Arica. Esta última opción ofrecida la ventaja de interponerse entre el sur del Perú, Tacna fundamentalmente, y Arequipa, donde se estima había abastecimiento en hombres y pertrechos para los peruanos.
Los primeros desembarcos ocurrieron a fines de diciembre, con proyecciones a Pacocha, Ilo y Moquegua, pero el grueso del ejército chileno desembarcó en Ilo el 25 de febrero de 1880, al mando del general Baquedano. Miles de hombres, en 18 naves entre militares y de transporte, sin encontrar resistencia, acantonaron y organizaron su mejor sistema de abastecimiento de agua, provisiones y elementos de movilidad, cuyas necesidad se sabía imprescindible desde la experiencia de Tarapacá.
La presencia de las tropas chilenas dio origen a algunos encuentros, como el de Los Ángeles, donde unos mil hombres al mando del coronel Gamarra fueron derrotados. Aquellos reclutas en su mayoría puneños y cuzqueños, se dispersaron. Otra cara de la moneda la ofrecía Gregorio Albarracín, que reuniendo gente de Tacna organizó un escuadrón. Su presencia en la guerra desde Tarapacá había demostrado su capacidad de liderazgo y lo había convertido en guerrillero por excelencia.
Albarracín es el símbolo de muchos que desde el anonimato mantuvieron el rechazo al invasor. La constante hostilización al enemigo fue más allá de la batalla de Tacna. Sama y Locuma fueron los escenarios predilectos de sus acciones. Conocido como el "centauro de las vilcas", cayó víctima de su arrojo y su acción constante en octubre de 1880.

Arica: 7 de Junio
El 3 de abril de 1880, el coronel Francisco Bolognesi asumió la jefatura de la plaza de Arica. La importancia del puerto como contacto marítimo como con el norte del país le daba una significación muy particular.
Consumada la derrota de Tacna, la suerte de la guarnición de Arica estaba echada. Se podía abandonar el territorio marchando rumbo al este, internándose en la sierra, para, describiendo un gran arco, alcanzar Arequipa o eventualmente Lima. La presencia chilena al norte en Tacna y al sur de Tarapacá cerraba esas rutas. Al oeste, poderosas naves en la bahía hacían imposible cualquier intento. Había otra opción: quedarse en Arica, donde sin duda morirían.
El 28 de mayo, conociendo el revés de la antevíspera, el coronel Bolognesi convocó a un consejo de guerra, que decidió la defensa de la plaza. Glorioso día de la decisión, cuando aún había escapatoria hacia el este, aquel puñado de excelsos guerreros prefirió libremente ofrendar la vida por la patria.
El 2 de junio las avanzadas chilenas alcanzaron las inmediaciones de Arica. Prefirieron no asaltar de inmediato el morro e iniciaron un bombardeo continuo con su poderosa artillería. Los sitiadores ofrecieron por boca de un parlamentario, Juan de la Cruz Salvo, una honrosa capitulación.
Luego de conferenciar con su Estado Mayor, el coronel Bolognesi hizo saber al emisario "que estaba dispuesto a salvar el honor de su país quemando el último cartucho".
El 7 de junio de 1880 las tropas invasoras emprendieron el asalto del morro de Arica. Entonces supieron de la exacta correlación entre la frase del jefe y la acción que ejecutaban los defensores del morro. Acosados por diversos ángulos, no dieron tregua al enemigo, superior tres veces en número. Desde la bahía, las naves chilenas acrecentaban la desventaja de los defensores. La historia reconoce en Arica una de las páginas más honrosas de la historia militar del Perú.

La Campaña de Lima:
Hacia enero de 1881, luego de la expedición de Patricio Lynch destinada a la destrucción de nuestros principales recursos económicos en la costa, el objetivo chileno fue la toma de capital.
El jefe supremo Nicolás de Piérola asumió la organización de la defensa militar de Lima y desoyó los consejos de algunos militares. Decidió establecer dos líneas defensivas, una en San Juan y otra en Miraflores, pero éstas no resultaron operativas por ser demasiado extensas. A esto se sumó la deficiente provisión de armamento, la cual precipitó los desastres del 13 y del 15 de enero.
La derrota de San Juan permitió el ingreso de las fuerzas chilenas a Chorrillos, balneario incendiario y saqueado por la soldadesca invasora, y movió a las representaciones extranjeras a mediar para la firma de un armisticio, que debió durar hasta la medianoche del día 15. Alrededor de las 2 de la tarde, inesperadamente, se escucharon disparos y se produjo la batalla de Miraflores.

El Heroísmo en Lima:
La tradición oral ha recogido relatos de cómo se agenciaban los patriotas para mantener en vilo a los ocupantes. Cabe mencionar el episodio conocido como el "fantasma de Palacio", cuyo responsable produjo pánico entre los habitantes de la Casa de Pizarro, pues aparecía y desaparecía sin dejar otro rastro que destrozos entre los chilenos, hasta que al fin lo apresaron y le dieron muerte cruel. El heroísmo se manifestó no sólo en las acciones bélicas, sino en ayuda efectiva prestada por ciudadanos que introdujeron armas para la campaña de la resistencia y para diversas formas de espionaje. También se evidenció al ocultar a los jefes buscados por los chilenos, como fue el caso del propio Andrés Avelino Cáceres.

La Campaña de la Breña:
La ocupación de la capital desplazó el centro de la lucha al interior del país, pues aunque el ejército regular estaba diezmado, los jefes, oficiales y soldados sobrevivientes lo mismo que la población civil no estaban dispuestos a rendirse definitivamente, ya que no aceptaban todas las condiciones de paz que querían imponer los invasores.
Así, acabó siendo la sierra la región donde se decidiría la suerte del Perú. Lima era el centro político y económico, pero las tierras altas son hasta la actualidad la zona medular del país. Esto no lo entendió Chile hasta que tuvo que hacer frente a la campaña de La Breña o de la resistencia.
La última etapa de la guerra tomó el nombre de "La Breña" por el territorio donde se desarrollaron las principales acciones. Esta tierra accidentada y hostil a los invasores, ubicada en la sierra central entre Ayacucho y Junín, ha pasado a la historia como "La Breña" y los luchadores fueron conocidos como "los breñeros".
Los breñeros fueron la base para la constitución del ejército del centro. Ellos permitieron la recomposición de las fuerzas nacionales, luego de la campaña de Lima, y los que alentaron la esperanza de Cáceres después de la derrota de Huamachuco.

Actitudes Frente a La Campaña de la Resistencia:
El jefe supremo Nicolás de Piérola, al retirarse hacia la sierra central, se estableció, inicialmente, en Jauja, de donde pasaría a Ayacucho. Designó tres jefaturas para el ejército: la del norte, a cargo de Lizardo Montero, la del centro, que puso en manos del coronel Juan Martín Echenique, y la del sur, que desde hacía algún tiempo ejercía Pedro Alejandro del Solar. La idea de estas jefaturas era continuar la guerra, al no ofrecer condiciones propicias para la paz. Sin embargo, fue Andrés Avelino Cáceres quien encabezó la resistencia. A su llegada a Jauja y, luego de su entrevista con Piérola, éste le encargó la dirección de la guerra en el centro (26 de abril de 1881).
El nuevo jefe militar del centro demoró en la formación del nuevo ejército, dado que no disponía de los recursos indispensables para ello, pero consiguió crear una mística en la mayoría de los pueblos a su cargo, de los cuales poco a poco consiguió hombres, vituallas, dinero y algunas armas.
La actitud de la sociedad en sus diversos niveles frente a la compaña de La Breña fue casi unánime en cuanto a su participación, ya sea directamente o, por lo menos, apoyándolo de acuerdo con sus posibilidades.
Es cierto que al principio hubo divisiones entre Piérola y Cáceres debidas a la formación del gobierno de la Magdalena, pero más adelante Cáceres llegó a ser el segundo vicepresidente de aquél. Sólo cuando Iglesias consideró indispensable la firma de la paz entró en abierta controversia son Cáceres y censuró la continuación de la resistencia. Allí se enfrentaron dos posturas contradictorias acerca del porvenir del Perú.

Principales Acciones:
Julio Guerrero, secretario de Cáceres y encargado de sus memorias, en la primera nota a dicho escrito, señala cuatro periodos en el desarrollo de la compaña de La Breña.
Primer periodo: se improvisa un ejército y se formula la estrategia para la resistencia. El gobernador militar chileno del Perú, Patricio Lynch, al ver que la guerra así se alargaba, decide realizar una expedición a la zona, pero su inaccesibilidad y las epidemias lo obligaron a regresar a la capital, mientras Cáceres se hacía fuerte en jauja y Tarma. Se dieron las acciones en Sangrar /26 de julio de 1881), en Canta contra Letelier, y en Pucará. Se produjo, además, la defección del comandante pierolista Panizo, quien se negó a aceptar el gobierno de Cáceres y lo enfrentó en Acuchimay (22 de febrero de 1883)
Segundo periodo: Cáceres reorganizó su ejército, se adiestraron las guerrilla y tuvieron lugar los combates de Marcavalle, Pucará y Concepción (9 y 10 de julio de 1882), que fueron victorias de la resistencia. El ejército actuaba apoyado por los grupos guerrilleros, que incursionaron, además en Canta y Huarochirí.
Tercer periodo: el ejército del centro, ante la ofensiva chilena, que concentró sus fuerzas sobre él, se retiró hacia la sierra norte, llegó hasta Huamachuco, luego de marchas sumamente duras y allí tuvo lugar, el 10 de julio de 1883, la batalla de ese nombre, que se perdió, sobre todo, por la falta de armas.
Cuarto periodo: Cáceres formó el último ejército en Andahuaylas. De allí pasó a Ayacucho, de donde se retiraron las tropas chilenas de Urviola. Pero cuando los peruanos se dirigieron a Huancayo llegó la noticia de la firma del tratado de paz de Ancón.

Represalias Chilenas:
El ingreso chileno a la sierra central les ocasionó muchos inconvenientes, pues debieron enfrentar la poca colaboración de los pobladores, la guerra de desgaste aplicada por Cáceres a través de los guerrilleros y las epidemias de tifus, entre otras dificultades. No fue una campaña victoriosa como la del sur, lo cual les disgustó profundamente y los llevó a tomar represalias contra los pueblos que se atrevieran a enfrentarlos.
Uno de estos casos fue la venganza macabra que tomaron contra Teodoro Peñaloza, quien se enroló en las filas de Cáceres y colaboró en la voladura de puentes en el valle del Mantaro. Los chilenos entraron en su hacienda, la saquearon y lo quemaron vivo, junto con su madre y su criada.
En general, muchos pueblos de la sierra como Cerro de Pasco, Tarma, La Oroya, Jauja, Concepción, Marcavalle, Pucará, Zapallanga, Acostambo y Nahuimpuquio fueron objeto de depredaciones por no haber sido hospitalarios y por oponer resistencia al ingreso chileno.

La resistencia en el norte:
La campaña de La Breña no fue la única manifestación de la decisión peruana de continuar la lucha en defensa del territorio. También quienes se retiraron a la sierra norte estuvieron dispuestos a detener al enemigo, aunque estos esfuerzos no fueron tan prolongados como los de Cáceres.
Hacia Cajamarca se re tiró uno de los héroes de la campaña de Lima Miguel Iglesias, y junto con él otros patriotas como José Mercedes Puga, hacendado de la localidad, quien colaboró en la formación del batallón Gálvez y estimuló al general Iglesias en la lucha que favoreció a los peruanos en San Pablo, el 13 de julio de 1882.

Poco después, sin embargo, ocurridas las represalias chilenas en Cajamarca contra los bienes de los principales defensores, el propio Iglesias lanzó el manifiesto de Montán con el objeto de firmar la paz con Chile. Esto le valió el enfrentamiento con Puga.






No hay comentarios: